El quinto tema, que es la culminación de los otros cuatro, y que era el más ávidamente buscado por los brujos del México antiguo, es el silencio interno. El silencio interno fue definido por don Juan como un estado natural de la percepción humana en el que los pensamientos son bloqueados y todas las facultades del hombre funcionan desde un nivel de conciencia que no requiere el funcionamiento de nuestro sistema cognitivo diario. Don Juan asociaba el silencio interno con la oscuridad porque la percepción humana, privada de su compañero habitual, el diálogo interno, cae en algo que se asemeja a un pozo oscuro. El cuerpo funciona como de costumbre, pero la conciencia se agudiza.
El silencio interno, en el entendimiento de los brujos del linaje de don Juan, es la matriz para un gigantesco paso de evolución; los brujos del México antiguo llamaron a este gigantesco paso de evolución el conocimiento silencioso. El conocimiento silencioso es un estado de la conciencia humana donde el saber es automático e instantáneo. El conocimiento en este estado no es producto de cogitaciones cerebrales o de inducciones y deducciones lógicas. Para el conocimiento silencioso, todo es inminentemente ahora.
Don Juan enseñó que el silencio interno debe ganarse mediante una presión constante de la disciplina. Dijo que tiene que ser acumulado, o almacenado, poco a poco, segundo a segundo. En otras palabras, uno tiene que forzarse a estar en silencio, aunque solo sea por unos pocos segundos. Don Juan afirmó que si uno es persistente, la persistencia vence al hábito, y así, se llega a un umbral de segundos o minutos acumulados, un umbral que varía de persona a persona. Si, por ejemplo, el umbral del silencio interno para un individuo dado es de diez minutos, una vez que se alcanza esta marca, el silencio interno sucede por sí mismo, por su propia voluntad, por así decirlo.
Siguiendo la sugerencia de don Juan, persistí en forzarme a permanecer en silencio, y un día, mientras caminaba en UCLA, alcancé mi misterioso umbral. En un instante, experimenté algo que don Juan me había descrito extensamente: lo había llamado parar el mundo. En un instante, el mundo dejó de ser lo que era, y por primera vez en mi vida, me di cuenta de que estaba viendo la energía tal como fluye en el universo. Estaba descansando sobre energía, yo mismo era energía, y también lo era todo a mi alrededor. Me di cuenta entonces de que, aunque estaba viendo por primera vez en mi vida, había estado viendo la energía tal como fluye en el universo toda mi vida, pero no había sido consciente de ello. La novedad fue la pregunta que surgió con tal furia que me hizo volver a la superficie del mundo de la vida cotidiana. «¿Qué me ha impedido darme cuenta de que he visto la energía tal como fluye en el universo toda mi vida?», me pregunté.
Don Juan me lo explicó, haciendo una distinción entre la conciencia general y ser deliberadamente consciente de algo. Dijo que nuestra condición humana es tener esta profunda conciencia, pero que todas las instancias de esta profunda conciencia no están al nivel de ser deliberadamente conscientes de ellas. Dijo que el silencio interno había salvado la brecha, como era su función, y me había permitido tomar conciencia de cosas de las que solo había sido consciente en un sentido general.
(Carlos Castaneda, El Silencio Interno)