El cuarto tema en la lista de prioridades de los brujos del México antiguo era el ensoñar, el arte de romper los parámetros de la percepción normal. Para aquellos brujos y los miembros de sus linajes modernos, viajar en lo desconocido era, de hecho, la fuerza motriz de la brujería. Las dos artes en las que basaban sus viajes eran dos líneas de actividad tremendamente sofisticadas: el arte de ensoñar y el arte de acechar. El arte de acechar era para don Juan la otra cara de la moneda, en relación con el arte de ensoñar.
Para hacerme explícitas las dos artes, primero presentó lo que dijo que era la piedra angular de la brujería: la posibilidad de percibir la energía directamente, tal como fluye en el universo. Para don Juan, y otros brujos como él, lo que transforma a un hombre promedio en un brujo es el acto de anular el efecto de nuestro sistema de interpretación y percibir la energía directamente. Don Juan explicó que los seres humanos aparecen como esferas luminosas cuando se les percibe directamente como energía. Se refirió al ver la energía directamente como el punto de articulación de la brujería.
Otro asunto que elucidó extensamente fue el punto de encaje. Dijo que cuando los brujos son capaces de ver a los seres humanos como esferas luminosas, también ven el epicentro de la brujería: un punto del tamaño de una pelota de tenis, más intensamente luminoso que el resto de la esfera luminosa. Don Juan lo llamó el punto de encaje, y dijo que es precisamente allí, en ese punto, donde se ensambla la percepción. «El arte de ensoñar», me dijo una vez, «consiste en desplazar a propósito el punto de encaje de su posición habitual. El arte de acechar consiste en hacer que, volitivamente, se mantenga fijo en la nueva posición a la que ha sido desplazado».
Don Juan describió el arte de ensoñar como la posibilidad de usar los sueños normales como una entrada auténtica para la conciencia humana hacia otros reinos del percibir. Hizo una diferenciación significativa en español, entre dos verbos; uno era soñar, y el otro era ensoñar, que es soñar de la manera en que sueñan los brujos.
Don Juan explicó que el arte de ensoñar se originó en una observación muy casual que los brujos del México antiguo hicieron al ver a personas dormidas. Notaron que durante el sueño el punto de encaje se desplaza de manera muy natural y fácil de su posición habitual. Al correlacionar su ver con los informes de las personas que habían estado dormidas, se dieron cuenta de que cuanto mayor era el desplazamiento observado del punto de encaje, más asombrosos eran los informes de cosas y escenas experimentadas en los sueños. En medio del fracaso del uso de plantas psicotrópicas, descubrieron una cosa de gran valor. Los brujos de la antigüedad la llamaron la atención de ensoñar, o la capacidad que los practicantes adquieren para mantener su conciencia firmemente en los elementos de sus sueños.
A través de la disciplina, lograron desarrollar su atención de ensoñar a un grado extraordinario. Descubrieron de esta manera que había dos tipos de sueños. Uno eran los sueños con los que todos estamos familiarizados. Al otro tipo de sueños, los llamaron sueños generadores de energía. Don Juan dijo que aquellos brujos de la antigüedad se encontraban en sueños que no eran sueños, sino visitas reales hechas en un estado onírico a lugares auténticos más allá de este mundo. Sus visiones de tales lugares eran, sin embargo, demasiado fugaces. Atribuyeron este defecto al hecho de que sus puntos de encaje no podían mantenerse fijos por un tiempo considerable en la posición a la que habían sido desplazados. Su intento de remediar la situación resultó en el otro gran arte de la brujería: el arte de acechar. Don Juan dijo que al mapear a los seres humanos como esferas luminosas, aquellos brujos de la antigüedad descubrieron seiscientos puntos en la esfera luminosa total que dan como resultado, si el punto de encaje se fija en cualquiera de ellos, la entrada a un mundo totalmente nuevo.
(Carlos Castaneda, El Silencio Interno)