«Don Juan relató que, durante el curso de sus excursiones nocturnas a las montañas, el nagual Julian le había dado extensas lecciones sobre la naturaleza de la importancia personal y el movimiento del punto de encaje. Para el nagual Julian, la importancia personal era un monstruo de mil cabezas y había tres maneras de enfrentarlo y destruirlo.
La primera manera consistía en cortar una cabeza a la vez;
la segunda era alcanzar ese misterioso estado del ser llamado ‘el lugar donde no hay piedad’, el cual aniquila la importancia personal matándola lentamente de hambre;
y la tercera forma era pagar por la aniquilación instantánea del monstruo de las mil cabezas con la muerte simbólica de sí mismo.
El nagual Julian recomendaba la tercera alternativa, pero dijo que don Juan podría considerarse afortunado si tuviera la oportunidad de elegir. Pues es al Espíritu a quien le corresponde decidir el camino que tomará el brujo, y es deber del brujo obedecer.» (El Poder del Silencio)
¿Por qué un monstruo de mil cabezas?
Porque la Autoimportancia es el apego a nuestro yo personal,
por piedad o por vanidad,
y las formas que ese apego toma son muchas:
miedo a ser rechazado, depresión, arrogancia, celos, orgullo, avaricia, condescendencia, fanatismo, mezquindad, virtuosismo, indulgencias, racionalidad, concesiones, crueldad, culpa, condena, cinismo, moralismo, apego a mi dinero, mi carrera, mi país, mi religión, mi género, y así sucesivamente.
Todos gobernados por un mismo miedo básico, que es el miedo a la muerte del yo personal, que igualmente se deriva del apego al yo personal.
El apego al yo personal es la fuerza compulsiva creada por nuestro consenso colectivo.
Y esto incluye también el apego a la idea/imagen de sí mismos como guerreros y buscadores espirituales.
Es una imagen personal a la que nos aferramos,
una imagen que se fortalece y va derribando la importancia de otras imágenes.
Lo que hay de hecho no es un guerrero valiente enfrentando a un monstruo insano, sino una lucha del monstruo consigo mismo, hay una guerra entre las cabezas del mismo monstruo, fragmentación en nuestro ser.
El primer método es un proceso lento, pero necesario para la mayoría de nosotros.
En grandes guerreros/guerreras, después de años de trabajo duro en el primer método,
la cantidad de cabezas del monstruo se reduce considerablemente,
pero aún así queda una multitud de otras cabezas, además de algunas nuevas que nacieron.
Y no importa cuánto se luche, siempre quedará autoimportancia al final
mientras permanezca el apego a la idea de sí mismo como realizador del proceso, como la guerrera/guerrero o caminante que está evolucionando en su camino.
Ante esto, tarde o temprano, el guerrero llega a la comprensión de que la salida solo puede estar
en dejar de dar énfasis a sus sentimientos personales en su conjunto.
Y solo se llega a este impasse después de mucha lucha y observación activa / acecho de sí mismo.
Este entendimiento es lo que lo lleva a aplicar el segundo método y a intentar directamente la no-piedad consigo mismo.
Y cuando el segundo método es aplicado, y se insiste en él por tiempo suficiente,
el monstruo comienza a morir de hambre e inmediatamente nos ataca en busca de atención.
Y es bueno recalcar que el monstruo, que es creado por la mente inorgánica de los voladores y sostenido por nuestra atención y nuestras reacciones emocionales, conoce como nadie nuestros puntos ciegos y sabe cómo presionar los botones correctos para hacernos reaccionar.
Pero si el guerrero se mantiene impecablemente en su neutralidad, el monstruo comienza a desaparecer.
¡Y simultáneamente el propio guerrero comienza a desaparecer!
No literalmente, sino en el sentimiento de ser algo separado de todo lo demás.
Para superar esta barrera del apego a sí mismo es necesario entonces aplicar el tercer método:
la muerte simbólica del yo personal.
Pues cuando se le mira con cuidado y atención, en realidad no existe. Existe solo en el apego que se le tiene.
Solo en la historia que se cuenta constantemente a sí mismo.
Es solo una idea, un símbolo, y un símbolo solo puede morir simbólicamente.
Y cuando la idea de sí mismo muere, el monstruo también muere, y viceversa.»
(Jeremy Christopher)