El Tiempo del Nagual

Abres los ojos… y no buscas el reflejo en el espejo de la mente.
No persigues el reloj.
No preguntas qué hora es, ni si hoy es un día útil.
El tiempo del tonal ya no marca el compás de tu alma.
No llegas tarde. Tampoco temprano.
No hay ninguna cita en la agenda del tonal.

Tu atención comienza a girar en torno a lo que verdaderamente importa:
– el murmullo de un viento que nunca sopla en vano,
– la danza secreta de las sombras cuando el sol toca una piedra olvidada,
– el silencio que precede a un presentimiento,
– el susurro de algo que siempre ha estado allí, detrás del velo del mundo.

Eso es la segunda atención acechándote, no como un escape, sino como una invitación a pisar un suelo virgen, donde la realidad ya no es una cadena, sino una marea viva que fluye entre el tonal y el nagual.
Las culturas del ensueño, aquellas que nunca se apartaron del mundo invisible, no preguntan “¿Qué hora es?” Preguntan: “¿Es este el momento?”
Ellas no escuchan los relojes.
Escuchan la realidad.
Es una conciencia que ya no divide el día en fragmentos artificiales.
Es el gesto del guerrero que espera las señales, que se deja atravesar por la irrupción de lo inesperado, que sabe cuándo callar, cuándo moverse, y cuándo dejar que el intento lo atraviese.
Llega la lluvia.
El intento se insinúa.
El nagual se revela.
El tonal se inclina.
No es un calendario, es una brújula interna.
No es una marcha forzada, es una danza silenciosa.
El guerrero de la libertad se mueve en el tiempo del nagual, donde cada instante es vasto como un abismo, y cada abismo resuena como un susurro en la eternidad.
Cuando dejas de destrozar la vida en fragmentos mentales, empiezas — al fin — a vivir de verdad.
Ahora, imagínate en la soledad de un desierto, o en el vacío de una cueva, y allí, sin agenda, sin nombre, sin pasado, el tiempo se disuelve.
El tonal se aquieta.
El cuerpo deja de rendirse cuentas a la mente como un perro a su amo.
El hambre se desvanece.
El sueño llega… o no.
Incluso la noción de “yo” comienza a escurrirse como arena entre los dedos.
Lo que emerge no es desesperación ni locura, sino un sabor inédito de cordura — esa en la que un instante se alarga como un sueño lúcido, y una semana se desvanece como un eco lejano.
El guerrero se descubre sin saber si han pasado días, meses o años.
Y no está mintiendo.
Porque allí, el punto de encaje se ha movido, y el tiempo ha dejado de ser una regla.
Ya no es una medida, sino un paisaje interno, un pulso silencioso.
La mente ha dejado de marchar al ritmo del mundo.
¿Alguna vez perdiste horas cazando el poder en silencio?
¿Alguna vez amaste tanto un instante que el mundo desapareció?
¿Alguna vez caminaste hasta olvidar quién eras?
Esas son las grietas abiertas por la segunda atención — huecos donde el nagual sopla su presencia.
El silencio interior no es solo un refugio.
Es la puerta al mundo real.
El mundo del tonal no es mentira, pero es solo una fracción.
¿El calendario? Una ficción.
¿El miedo al mañana? Un eco sin dueño.
¿Qué es real?
El intento en tu respiración.
El ritmo interno de tu propia marea energética.
No eres una máquina del tonal.
Eres un eco del nagual en este mundo.
¿Y el tiempo infinito?
No es un hilo sin fin, sino la presencia total en el ahora.
No es medir.
Es ser.
El tiempo no está afuera.
El tiempo es una invención del tonal.
El tonal crea el antes y el después, la historia y el futuro.
Pero todo eso no es más que la huella que dejas en el polvo de la mente.
Cuando percibes el movimiento interno del tiempo, cuando lo miras sin dejarte arrastrar por él, entonces el tiempo termina… y algo completamente diferente comienza.
La segunda atención no conoce relojes.
Conoce el siempre.
La realidad no tiene un “ahora universal”.
El pasado y el futuro conviven en un mismo aliento.
El tonal cuenta los momentos.
El nagual los disuelve en uno solo.
No caminamos a través del tiempo.
Somos un instante suspendido, barrido por la luz silenciosa del intento.
El tiempo no es un hilo sin fin.
Es un círculo inmenso, un cristal donde cada punto refleja el todo.
Con cada latido de tu corazón, el nagual se insinúa, repitiendo ecos antiguos, más allá de lo que tu mente llama “antes” o “después”.
El tiempo del guerrero no es una línea.
Es geometría viva.
El oráculo no predice.
Lee el presente como quien lee las líneas de la tierra.
En la geometría del nagual, lo que está por venir ya pulsa a tu alrededor.
El guerrero no anticipa el futuro.
Reconoce su forma antes de que el tonal lo perciba.
Miras el mundo y ves sus capas: la roca, la lluvia, el volcán, el viento.
Cada una es una página en la historia del intento.
El tiempo humano se agita en segundos nerviosos.
Pero el nagual se mueve en ciclos silenciosos.
No estamos hechos de relojes.
Estamos hechos de ecos — de movimientos profundos que no se ven, pero están.
El nagual destruye y crea en el mismo acto.
El silencio corta y abraza al mismo tiempo.
El tiempo no te mide por las horas.
Te mide por las decisiones.
No es el tiempo quien cambia las cosas, es el intento que tú pones en ellas.
El tiempo es apenas el fuego en el que te forjas.
Y es dentro de ese fuego donde decides quién vas a ser.

Gebh al Tarik

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