Clara le enseña a Taisha algunos pases de brujería.

— Voy a mostrarte unos pases de hechicería que deberás realizar todos los días de tu vida, a partir de ahora — anunció.

Solté un suspiro contrariado. Había tantas cosas que ella me había mandado hacer todos los días de mi vida: respiración, recapitulación, ejercicios de kung fu, largas caminatas. Si hiciera una lista de todo lo que me había dicho, el día no tendría horas suficientes para la mitad de las tareas.

— Por el amor de Dios, no te tomes mis palabras tan literalmente — dijo Clara, advirtiendo la molestia en mi rostro—. Estoy metiendo todo lo que puedo en tu diminuto cerebro porque quiero que conozcas todas estas cosas. El conocimiento concentra energía, por lo tanto, el conocimiento es poder. Para que la hechicería funcione, debemos saber lo que estamos haciendo cuando intentamos un resultado, no el propósito, entiéndelo bien, sino el resultado del acto de hechicería. Si intentáramos el propósito de nuestras hechicerías, estaríamos creando hechicería, y tú y yo no tenemos tanto poder.

— Creo que no estoy entendiendo, Clara — dije, acercando más mi silla—. ¿No tenemos tanto poder para qué?

— Estoy queriendo decir que, incluso nosotras dos, no podemos concentrar la energía descomunal que se necesitaría para crear un nuevo propósito. Pero, individualmente, sin duda podemos concentrar energía suficiente para intentar el resultado de estos pases de hechicería: ninguna arruga para nosotras. Esto es todo lo que podemos hacer, pues su propósito, mantenernos jóvenes y con una apariencia joven, ya está establecido.

— ¿Es como la recapitulación, cuyo resultado final fue intentado de antemano por los brujos antiguos? — pregunté.

— Exactamente — dijo Clara—. El intento de todo acto de hechicería ya está definido. Todo lo que necesitamos hacer es asociar nuestra conciencia a él.

Colocó su silla frente a la mía, de modo que nuestras rodillas casi se tocaban. Luego, frotó vigorosamente cada pulgar en la palma de la mano opuesta y los colocó en el caballete de su nariz. Los movió hacia arriba con toques leves y uniformes hasta las cejas y las sienes.

— Este pase impide el desarrollo de surcos en el entrecejo — explicó.

Después de frotar rápidamente los dedos índices, como dos palillos friccionados para producir fuego, los posicionó verticalmente a cada lado de la nariz y los movió suavemente hacia los lados, recorriendo las mejillas diversas veces.

— Esto es para limpiar las cavidades nasales — dijo ella, obstruyendo deliberadamente los conductos nasales—. En lugar de meterte el dedo en la nariz, haz este movimiento.

No me gustó la alusión a limpiarse la nariz, pero intenté hacer el movimiento y, de hecho, mis senos nasales se abrieron como ella había dicho.

— El próximo movimiento es para impedir que [las mejillas] queden flácidas — dijo ella.

Clara frotó rápidamente las palmas de las manos y, con toques firmes y prolongados, las deslizó sobre cada mejilla hasta las sienes. Repitió ese movimiento seis o siete veces, siempre con toques ascendentes, lentos y uniformes.

Noté que su rostro estaba sonrojado, pero aún no había llegado el momento de parar. Colocó el borde interno de la mano, con el pulgar doblado sobre la palma, encima del labio superior y lo frotó de un lado a otro con un movimiento vigoroso, semejante a una sierra.

Explicó que el punto de unión entre la nariz y el labio superior, cuando se frota vigorosamente, estimula el flujo de la energía en chorros uniformes y suaves. Sin embargo, si se necesitaran chorros mayores de energía, estos pueden obtenerse con un pequeño pellizco en el centro de la encía superior, justo debajo del labio superior y del tabique nasal.

— Si te da sueño en la cueva durante la recapitulación, frota este punto vigorosamente y te reanimará temporalmente — dijo ella.

Froté el labio superior y sentí que mi nariz y oídos se despejaban. Experimenté también una leve sensación de adormecimiento en mi paladar, la cual duró algunos segundos, pero me dejó sin aliento. Tuve la sensación de estar a punto de descubrir algo que había estado velado.

A continuación, Clara deslizó los dedos índices lateralmente bajo la barbilla, nuevamente con un movimiento rápido de un lado a otro, semejante a una sierra. Explicó que la estimulación del punto bajo la barbilla produce una atención tranquila. Añadió que también podemos activar este punto reposando la barbilla en una mesa baja, sentados en el suelo.

Seguí su sugerencia. Puse mi cojín en el suelo y me senté sobre él, reposando la barbilla sobre un cajón de madera que llegaba exactamente a la altura de mi rostro. Inclinándome hacia adelante, presioné ligeramente aquel punto de la barbilla que Clara había indicado. Unos momentos después, sentí que mi cuerpo se tranquilizaba; una sensación de hormigueo recorrió mi espalda ascendentemente, entrando por la cabeza; mi respiración se volvió más profunda y rítmica.

— Otra manera de despertar el centro debajo de la barbilla — continuó Clara— consiste en tumbarse boca abajo con las manos cerradas, una sobre la otra, bajo la barbilla.

Recomendó que, al hacer el ejercicio con los puños, los tensionara para crear una presión bajo la barbilla, y después los relajara para liberar la presión. Tensionar y relajar los puños, dijo ella, produce un movimiento de pulsación que envía pequeños flujos de energía a un centro vital directamente conectado con la base de la lengua. Resaltó que ese ejercicio debe realizarse con cuidado, de lo contrario, es posible desarrollar una inflamación en la garganta.

Volví a sentarme en la silla de paja.

— Este conjunto de pases de hechicería que te he mostrado — prosiguió Clara— debe practicarse diariamente, hasta que dejen de ser movimientos de masaje y se conviertan en lo que realmente son: pases de hechicería. Obsérvame — ordenó ella.

La vi repetir los movimientos que me había mostrado, solo que esta vez ella estaba haciendo danzar los dedos y las manos. Sus manos parecían penetrar profundamente en la piel de su rostro; en otros momentos, recorrían su rostro suavemente, como si se estuvieran deslizando por la superficie de la piel, moviéndose con una rapidez que casi desaparecían. La observación de sus delicados movimientos me dejó hipnotizada.

— Esos movimientos nunca estuvieron en tu inventario — dijo ella soltando una risa, cuando terminó—. Esto es hechicería. Exige un intento diferente del intento de la vida cotidiana. Con todas las tensiones que afloran al rostro, ciertamente necesitamos un intento diferente si queremos relajar los músculos y armonizar los centros allí localizados.

Clara afirmó que todas nuestras emociones dejan huellas en nuestro rostro, más que en cualquier otra parte del cuerpo. Tenemos, por lo tanto, que liberar la tensión acumulada, utilizando los pases de hechicería y su intento concomitante.

Me miró por un instante y observó.

— Veo por la tensión en tu rostro que has estado pensando sobre tu recapitulación. No dejes de hacer tus pases antes de acostarte esta noche, para remover esas arrugas de tu frente.

(Taisha Abelar, Donde Crucan las Brujas)

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