Don Juan continúa sus enseñanzas, enfatizando que el tiempo inminente de partida de su grupo requiere completar sus explicaciones sobre la conciencia. Describe cómo el nagual Julián movió el punto de encaje de Castaneda incontables veces, preparándolo para la tarea definitiva de realinear todas las emanaciones para alcanzar la conciencia total. Castaneda, inicialmente sorprendido por su propia alegría ante la inminente libertad de don Juan, aprende que las reacciones emocionales son secundarias a los verdaderos desplazamientos energéticos del punto de encaje. Don Juan profundiza luego en el método de los acechadores para la enseñanza, el cual, a diferencia de sus propias explicaciones verbales, implica obligar a los aprendices a través de «dramas» estratégicos a mover sus puntos de encaje mediante la experiencia directa y el miedo catalítico, en lugar de la comprensión intelectual. Relata su propia iniciación traumática pero transformadora bajo el nagual Julián, quien, a pesar de parecer un anciano frágil, era un maestro acechador y conjurador. Castaneda lucha con sus juicios sobre los métodos del nagual Julián, pero finalmente capta el profundo impacto de estas enseñanzas no convencionales en el cultivo de la voluntad, el intento inquebrantable y la impecabilidad, cruciales para el camino de un guerrero hacia la libertad y la navegación de la posición del punto de encaje. Don Juan destaca el poder único del nagual Julián para manipular la percepción y los puntos de encaje de los demás, incluso haciéndose parecer joven o viejo a voluntad, y comparte su realización personal sobre el alto precio pagado por la vida humana a través del desplazamiento de su propio punto de encaje. El capítulo concluye con la promesa juguetona pero seria de don Juan de recuperar a Castaneda si alguna vez se perdiera en el camino.