Don Juan continúa su instrucción incitando a Castaneda a ver las emanaciones del Águila y el capullo del hombre mediante un desplazamiento controlado de su punto de encaje. Explica la interacción de la voluntad y el intento en el movimiento del punto de encaje, guiando a Castaneda a una posición de ensueño para observar seres luminosos. Castaneda experimenta un encuentro sorprendente con la fuerza rodante, o «rodillo», percibida como bolas de fuego que lo golpean, revelando la función protectora de los «escudos» humanos (intereses absorbentes) contra esta fuerza letal. Don Juan explica que perder la forma humana es una etapa inevitable para los guerreros, marcando un desplazamiento permanente del punto de encaje de su fijación original, lo que lleva a la desvinculación irreversible de la fuerza que hace a uno «persona». Profundiza en la fuerza rodante como el medio por el cual el Águila distribuye la vida y recauda la muerte, distinguiendo entre sus aspectos destructivo («rodante») y de mantenimiento de la vida («circular»). Castaneda recuerda vívidamente haber visto el rodillo durante un evento anterior en la Ciudad de México, lo que provoca una discusión más profunda sobre su naturaleza y la vulnerabilidad de la fisura en el capullo. Don Juan concluye contrastando la fatal obsesión de los viejos videntes con el aspecto destructivo de la fuerza rodante (que los llevó a ser absorbidos por ella, o incluso a transformarse en árboles para evadirla) con el objetivo de los nuevos videntes de desintegrarse totalmente en las emanaciones del Águila a través de una comprensión equilibrada y la impecabilidad.